Full text: Tomo segundo (002)

LOS ANGELES DEL ARROYO 41 
El duque seguia murmurando frases ininteligibles, 
— ¡Ah! ¿qué dice? —exclamó Marieta, 
MN —Nada... es de la fiebre. 
3 —¿Delira? —preguntó en voz baja a Clara. 
—SÍ... —contestó ésta llenando una cuchara de plata de 
¿un líquido refrigerante que había en una de las ootcilas 
- que llevaran de la farmacia. 
—Más... más... ¡otra! —dijo el duque. 
Me! Clara le dió hasta tres cucharadas. : 
: A cada una repetía con ansia: 
—Más... otra... ¡otra! 
EE 
Cuando Clara acabó de administrarle aquel calmante . 
de la sed devoradora que le producía la alta fiebre, tocó 
la frente y las manos del enfermo, que abrasaban. 
—¡Dios mío!, qué malo está! —dijo en voz baja a Ma- 
rieta con la angustia pintada en su “semblante. 
—Puede que remita la fiebre—contestó Marieta para 
| —animarla; pero Clara bien veía que la enfermedad del du- 
que habia entrado a mano armada, 
—Parecía que me lo daba el corazón—la decía Clara 
—cuando se empeñó en venir a San Petersburgo, no sé 
a qué, para estar en una fonda sin las comodidades de 
Nuestra casa de Madrid o de la de París. 
—Mira—la decía—que no hemos permanecido más 
E de cuatro o seis días en San Petersburgo la otra vez que 
estuvimos aquí, en cuanto se iniciaron los primeros fríos 
Tomo 11 6
	        
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