464 LOS ÁNGELES DEL ARROYO
de nervios extraña, que a ratos la hacía dar diente con
diente como si tuviese fiebre, y bajo. una temperatura en
el patio de diez y seis grados, “que .es:el mínimum a que
puede aspirarse en aquella sartén española.
Hacia las ocho y media de la noche, el duque hizo ir
al apeadero a los dos mozos de labranza para que se pu-
siesen a disposición del primo Fernando.
Y poco después él e Irene tomaban el camino del
apeadero para ira recibir al primo.
César pretextó un fuerte dolor de cabeza, y después
de comer algo, porque no había de cenar, se metió en la
cama antes de que saliesen sus padres del cortijo.
No dejaron éstos de comprender que el chico no te-
nía semejante dolor de cabeza, sino que era un pretexto
para no saludar al primo «por precisión», pudiendo ha-
eerlo al siguiente «por casualidad».
La noche era calurosa, porque aún no había saltado
la brisa de Levante que refrescaba la atmósfera.
Don Alvaro e Irene salieron con Elena del cortijo €
dirección al apeadero.
En los oscuros campos brillaban las luciérnagas comO
diamantes diseminados en un manto de terciopelo nego:
de
Los grillos dejaban oir el monótono. cric, cric
las
sus élitros, el cual se mezclaba el grua,,, grua de
o
A
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