432 LOS ANGELES DEL ARROYO
do, si en v:z de volver Fernando por el mismo camino,
no hubiese vuelto a pasar, y se marchase por otro que le
alejara del cortijo del duque.
Aquel accidente desgraciado, con toda la suerte qué
puede serlo alguno de la misma naturaleza, habja removi-
do el mal extinguido rescoldo que dejó en el alma de la
mujer la presencia y las palabras de aquel hombre, y Y?
no había medio de cortar el incendio como no fuera pos
algún remedio heroico desconocido de la infeliz muje.
Más que todas las frases de un ser, y más que todas
las dádivas y atenciones que con ella se empleen, conquis”
tan la voluntad de una mujer un hecho heroico, un acto
de varonil abnegación ejecutado en su favor,
Irene tenía ya su héroe; el hombre que no había vact
lado en romperse el cráneo o un hueso, por lo menos»
por acudir en su socorro.
E
Y todos los tiernos pensamientos que en Irene había
levantado la corta estancia de Fernando, pensamiento?
, e
hasta entonces dulces, inocentes como el primgr amo! d
una doncella, volvieron a invadir su espíritu; pero €N py
] amo
ma más violenta y no con todas las candideces de
de doncella.
Erala imposible dudarlo ya.