518 LOS ÁNGELES DEL ARROYO
A
iba a separarse por mucho tiempo, sin saber hasta cuándo
volverían a reunirse,
No tuvo valor para.aquel aislamiento.
Los amantes pasaron el día como siempre, en el patio
de la casa, sobre el que caía un sol de plomo que evapo-
raba en un minuto el agua que con una regadera echaba
un criado al toldo, por encima, al medio día.
Casi no se hablaban.
Irene permanecía recostada en una larga butaca de rt-
jilla, de respaldo muy inclinado, con la cabeza sobre er filo
del espaldar y la mirada vagorosa O clavada, con insiste” j
cia, en Fernando, que se mecía silenciosamente en un bar
lacín de lona. q
Mod
—¡Qué felices éramos! —dijo de pronto Irene—1Y cuá
en breve pasa la felicidad de que, a veces, se disfruta €N
esta vidal
—Cuando no se quiere prolongar...
—Tú sabes bien, Fernando, si yo lo deseo... :
—Mal se conoce, cuando me has comprometido a mar
char a Madrid.
—Y ¿qué querías que hiciese? Tú, como yo, has com"
prendido todo el peligro que encerraba el que permané”
cieses aquí durante la ausencia de Alvaro,
—Algunos días como el de hoy...
-—Uno... se resiste... se evita... pero ocho, diez,
ce... Vo..., Fernando..., no podría responder de Ms
de ti...
guió