Full text: Tomo segundo (002)

550 LOS ÁNGELES DEL ARROYO 
a 
de Salcedo, sino que era una molestia y hasta un peligro 
para la pobre parturienta. 
Irene, con el semblante descompuesto, paseábas 
tamente del brazo del doctor. ' 
Y apenas el dolor arrancábala un grito, ya tenía encl- 
ma dos o tres solícitas, cada una ofreciéndola alguná 
cosa, dándola a oler vinagrillo o saies inglesas, O soplal- 
do una taza de tila, y... todas charlando al mismo tiempo, 
lamentando el estado de la mártir de la amistad. 
—¡Ay, hija míal ¡Ay, hija mía...! ¡Jozú y cómo sufre 
esta pobresital ¡Válgame Dió y María Zantizima...! 
—Señoras—decíalas Salcedo con toda la calma de que 
puede disponer un médico cuando trata con señoras IM” 
pertinentes—; déjenla ustedes, déjenla ustedes... Si no € 
preciso esforzarse... 
—¡Ay, Jozú, doctó, que no deja usted respirar a 
—respondió alguna marquesa cliente anual del doctor vá!" 
cedo en la misma enfermedad de Irene. 
—Q¿Pero creen ustedes que por mucho ofrecerla y M0 
lestarla vamos a acabar más pronto? 
—¿Eso es decir que no hacemos falta a nuestra Q 
Irene? 
—Si, señoras... Sí, todas pueden ser útiles en UN 
caso dado; pero ahora, créanlo, no le hace nadie faltás 
sino yo. 
—Bueno, bueno; pero toma, hija, ponte este €sCá 
rio de San Ramón Nonnato, tocado en el sepulcro 0 di 
Secundino, patrón de las parturientas y Uno de los má: 
e len- 
nadiel 
perida 
pula- 
res de no sé dónde. Me lo ha dado la abadesa del conven" 
to de dominicas para ti, y ahora estarán la 
Ss hermani-
	        
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