Full text: Tomo segundo (002)

554 LOS ANGELES DEL ARROYO 
—No, señor duque; aún estamos al principio del fin, 
Y don Alvaro volvía al patio diciendo: 
—Todavía hay para rato. 
Y seguía la conversación, siempre en alto diapasón, 
¡ Porque si las mujeres hablaran bajo, al hablar todas al 
' mismo tiempo, no se entenderían, y es preciso que las 
' yoces dominen unas a otras, y por eso hay mujer que suele 
salir afónica de tanto esforzarse en una reunión femeninas 
Hoxe 
At anochecer se despejó algo más el cotarro. 
Varias madres de familia creyeron que ya era hora de 
dar una vuelta por las casas, y fueron desfilando, quedán- 
dose únicamente las que eran sólo «esposas de familia» 
sin descendencia directa, más tres o cuatro amigas qué la 
misma falta hacían allí que en su casa, 
Pero lo que elias decían: 
— ¿Quién la deja sola? 
La soledad de una mujer que tenía en casa su marido, 
un médico, un comadrón y seis u ocho criados. 
¿Pero y el zaguanete de amigas? 
—¿Para qué se es amiga—decían—sino para cuando 
llegan estos casos? 
Las amigas de guardia, que eran damas pobres, pero 
muy linajudas, esperaban la hora de comer, que en casá 
del duque se hacía a la francesa, y aquellas señoras ha- 
bian percibido cierto olor exquisito a «roastbeef» con 
patatas asadas con manteca de Flandes, que sobrepul" 
ba al olor a alhucema y espliego con que estaba perfu” 
IN
	        
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