LOS ÁNGELES DEL ARROYO
—¡Ya, ya...
Y como banda de perdices levantada por los perros,
precipitaron hacia el gabinete intentando abrir la puerta.
-—Esperen, esperen... —exclamó el señor Salcedo, CoM*
teniendo la avalancha.
Ahora no se puede entrar estan acostando a la señor
duquesa,
—¿Pero ya?
—SÍ, ya.
—¿Y qué ha sido?
—Un muchacho... un rubio muy gordo y muy bo
—Duque... mi enhorabuena,
—Felicidades, duque.
—Duque, otro varón. Tiene usted suerte,
—Salú para criarlo, señó don Alvaro.
Estas enhorabuenas y salutaciones eran dirigidas al du-
que por las cuatro damas a la puerta del gabinete de [rent
se
100
¡2
caela |
Esta había sido metida en su lecho por doña Mi
sobre!
que había dejado a la criatura envuelta en un paño
una silla.
Después procedió, ayudada por una criada,
niño, que lloraba como un desesperado, como
tase de que le hubiesen traído al mundo, en el que tal Y
prevía que debía sufrir mucho. cal
Cuando el nuevo vástago, al parecer de la casa du ¿a
de Torremolinas, estuvo envuelto en finos pañales Y tale
atavacal |
si prole”