Full text: Tomo segundo (002)

32 LOS ÁNGELES DEL ARROYO 
csmilia: «Antes roto que manchado». No necesitaba él mu- 
cho para admitir como fértil tierra la buena semilla qué 
Flena se esforzase en inculcarle con máximas de horadeZ 
y de delicadeza. 
El joven sentía en sí esas virtudes que de nada debian 
servirle si en ese Madrid de perdición tropezaba con ami" 
gos peligrosos que le corrorpiesen. 
Irene, como la única que poseía el secreto del origeM 
de Arturo, no temía nada, porque sabía que Fernando le 
Babía de cuidar y vigilar con más esmero y solicitud qué 
nadie pudiera hacerlo. 
La despedida fué cruel, y César, que la presenciaba 
no pudo menos de recordar su paso por el Apeadero para 
ir con su padre a Mad id, y la frialdad con que su madre 
le vió marchar hasta que arrancó el tren y la vió lievarsé 
el pañuelo a los ojos. 
¡Ah! No sabía aquel hijo, que con razón se lamen'a 
que el llanto que derramaba su madre en aquella despedir 
da mo era por él, sino por el hombre a quien adoraba con 
locura. 
Entonces, en aquella otra despedida si no era por e 
mismo hombre, era por otro en quien se encontraban 1 
dos grandes amores de la tierra: el amante y el hijo 
mante. 
ba, 
ad ol ale 
La despedida de los hermanos fué, como era SU trato; 
Hi, de puro cumplimiento y algo irónica por parte 
Bésar. 
TS
	        
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