LOS ÁNGELES DEL ARROYO
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sostenía la bóveda de cristales que cubría el gran pato
del Hotel de Londres. :
Arturo y Marieta se paseaban por el centro del patló,
sobre la ancha tira de aliombra que lo cruzaba desde la
puerta de la calle hasta lo alto de la escalera en el primer
piso.
se
Las dos jóvenes vestían, como siempre, de luto rigu"
roso, con sombreros adornados de crespones, lo suficien-
temente claros para que, aun echados sobre el rostro,
como los llevaba Clara en su luto de viuda, no dejasé de
verse el interesante rostro de la poco dolorida enlutada
La única nota un poco más clara, eran los guardapo"
vos de alpaca gris con adornos de trencilla negros, y aun
que de factura rusa, muy elegantes, como confeccionados
por un discípulo moscovita del mejor modisto de París
Mr. Barancon. .
El criado Esteban acababa de liquidar en la Adminis
tración del Hotel la cuenta de Arturo, de quince días en
París, que importaba más de seiscientos francos, porque
París es la ciudad más cara y más barata del universo, Y
donde mejor se vive con poco o con mucho.
do
—¿Qué quiere usted, María? —decíala Arturo si E
una animada conversación emprendida hacía diez MM”.
tos—. Yo no puedo creer que una mujer que sabe Sel