LOS ÁNGELES DEL ARROYO 757
—Deja, deja mamá. Otras cosas preciso que ignoren
Siempre, eso que se habla en todas partes no es lo peor,
Que pueden saber, lo mismo mi hermana, que mis hijos y
mi mujer.
Doña Irene bajó los ojos sobre su pecho, palideció
Intensaménte y no volvió a hablar durante toda la comida.
—Dií, ¿tenía amante conocido?—insistió César.
DS Aqmbre, de las mujeres de teatro se habla siempre
al.
Allí se sabía que gustaba mucho de ella y que la ha-
Ía ofrecido suntuosísimos regalos un príncipe de Viste-
lesk, Miguel Astragroff, riquísimo señor de una provincia
Eátera, an bárbaro de aquellos que tienen millones de ru-
los, como aquí hay quien tiene millones de reales. y que
Cuentan por centenarss las hectáreas cuadradas de terre-
NO, y que hasta hace poco tenían siervos como nuestros
Señores feudales.
—¿Pero no pasaba de contemplativo?
—Unos decían que si ella visitaba secretamente su pa-
aClo, y otros que ella le había despreciado y hasta de-
Vuelto regalos suntuosos.
Hasta se hablaba de un duelo que se había concerta-
O entre el príncipe y el actor joven de la compañía de la
ntoliani, un español llamado Nicolás Expósito.
¡Ah! Sí... sé quién era ese joven actor —dijo Arturo
Vivamente,