LOS ÁNGELES DEL ARROYÓ
ió
—Yo-—dijo—, no parezco hijo tuyo.
—Sí, eso, en que no te ha gustado divertirte y a mí si,
Somo a Arturo, pero por lo demás, pareces más hijo mío
Que Arturo; sin embargo, nos diferencia una cualidad más
Sobresaliente,
—¿Cuál?
—Que yo no tengo el*carácter rencoroso que tú ni el
8tnio lan fuerte que tú tienes.
—¡Oh! Así todos te comen por sopas, empezando por
el señor vizconde y acabando por el último criado,
—Asi me quieren, y a ti hasta tus hijos te temen más
Que te quieren.
e ee
, El padre debe desear que los hijos le teman más que
€ quieran,
Es una teoría la tuya que, por fortuna, no está bastan-
-* extendida ni adoptada, sino con raras excepciones,
Si todos los padres la adoptaran, no te ocurriría lo
Que ahora,
—Pues ¿qué ocurre?
—¡Qué ocurrel ¿No estás viendo que esas mujeres es-
M tejiendo la red para que caiga Arturo?
—¡Ohl, déjale que caiga, ¡qué diablo! Ya procurará él
Jue sea en blando...
—Sí; pero después vendrá lo duro...
—¡Quél
Una vez la mosca en la tela se la comerá la araña...
—¡Bah! Todavía no sabemos quién es ahí la arañ-, si
Vieja o la joven.
tá