LOS ÁNGELES DEL ARROYO 835
Conmigo porque no he de darle nada y él nada tiene,
—Oracias a Dios que alguna vez te veo enérgico con
€se botarate,
—Pues ese botarate—exclamó doña Irene—tiene dig-
Bidad y piensa no recurrir a nosotros, y...
—Sí... Consiste la dignidad en casarse para que le
Mantenga su mujer,
—/Ah! ¡Es la última desgracia a que puede llegar ese
Angelito!
—No0, no; Arturo ha dicho que va a trabajar,
César soltó una carcajada homérica.
— ¡Trabajar! Con los dientes cuando coma y con las
Manos cuando le juegue el dinero a la querida, o la mu-
El. o lo que sea.
—¡Oh! ¡Cómo le juzgas!
—Como merece y como ha dado él lugar para que
ASÍ se le juzgue,
¿Ha sabido nunca emplear el dinero que a manos lle-
Was le habéis dado, más que en ver los pies a la sota?
¿Qué quieres, mamá, que haga ese muchacho? Jugar
que le dé mi padre o lo que le pase la cómica.
—IÓhl, no puedo oir eso con paciencia, César. Tú
lo
hablas de tu hermano, no como de un calavera, sino
Mo de un miserable, un canalla...
TeY qué sería si tal hiciese?
—Pero no lo ha hecho, César —dijo el duque,
O no creo a Arturo degradado hasta el punto de
Fla dignidad de ese modo.
El que la pierde hasta el punto de casarse con una
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Perde