LOS ÁNGELES DBL ARROYO 79
sas que no se dicen, que nadie pronuncia, porque son tan
inverosímiles o tan estúpidas, que cree una que está so-
fiando que las oye.
—No, pues-no estás soñando, oye.
—¡Quél ¿Qué tú eres capaz de pretender que yo susti-
tuya a mi marido por un amante... como tú?
—Sí, eso he dicho.
—¡Bah, bah, bah! Nemesio calla y no disparates, o si
estás malo, métete en cama y te mandaré el doctor cuan-
do venga.
-- —YOo... no estoy malo... ¿oyes? Yo... te digo, que lo
que me negabas cuando vivía tu marido, no me lo debes
Negar ahora; porque antes que otro... estoy yo.
—¡Tú! ¡Qué lástima que tenga yo el corazón tan afigi-
do para que no me pueda reir de tan donosa y peregrina
salida! 4
—i¡Te ha hecho gracia!
—Ya te digo que no me río, porque, ni tengo ganas
de reir, ni debo faltar al respzto a ese cadáver.
Pero por el momento, me vas a hacer el favor de de-
jarme sola, Y... d
—Sola, .¿eh?—dijo Nemesio aproximándose a Clera
Con los dedos metidos en los bolsillos del chaleco y con
¿1 aire de perdonavidas y de atrevido seductor,
—Sí, sola—repitió Clara, que empezaba a temer una
indigna agresión en aquel cuarto, que la presencia ae un
Cadáver convertía en templo.
—Pues no estarás sola, que estaré a tu lado, 0
«—¡Fuera de aquí, miserable! —gritó Clara al sentir que
Un brazo de Nemesio rodeaba su cintura,