LOS ANGELFS DEL ARROYO
ro un libro, se sentaba al lado de la ventana al
de la mesa, y le decía:
—Una hora de silencio y soy de usted, be
día no Cor?
Y después se marchaban, y Arturo aquel
o en tos DH
mía del hotel de sus padres, sino en Fornos,
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Cisnes, o en La Perla, con su amigo Octavio, que eta :
variaba de comida y ahorraba los tres reales de la suya
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respiración; pero tenía, como cada hijo de 8 .s
aprietos, y era cuando recurría al amigo Arturo, dis sl
al frente de aquellos apuros, y que quieras o nO ca
Octavió tenia
Octavio no era un sablista'de modo como
multitud de bohemios que no quieren narecerlo €n
drid, y que no tienen nunca dos pesetas y deben hast
era reembolsado de sus préstamos en cuanto
dinero fsesco,
Arturo marchó de Madrid con el propósito jur!
su padre de separarse de los vicios y de viajar paña
truirse. cl
Cuando volvió, estaba tan embargado su pensamiel 3
con sus amores, que todos los días pensando ir a Ve! E J
amigo Octavio, nunca acababa de decidirse. A : y
Pero cuando se vió en la calle y con el propósito ¡mi
me de no volver por su casa, pensó en aquel amigo 105.
y gracioso que tenía la habilidad de desterrar de €
nalos humores. 008
La casa no tenía portería, como había bastantes [e
hace mucho tiempo en Madrid, y Arturo subió la ese ;
ra gozando ya con la idea de soprender a Ocavio
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