838 LOS ÁNGELES DEL ARROYO
— A
—No, señor. Porque desde que llegó de Fraricia Y
quedé a su servicio, no hemos ido más que a es? hotel
de la calle de Fortuny por el mediodía y de noche casi
siempre se ha quedado en casa. Dz modo que no sé.
—El caso es que ni Esteban, ni Munolo, ni el cochero
Melchor, han dado con él ni en cafés ni círculos. ¡Demo-
nio! ¿Dónde se habrá metido?...
' Y el duque, con la carta de Elena en la mano, se fué
] al cuarto de ésta.
— ¡Toma! —la dijo —. No se encuentra a tu hermano:
—' Ah! Pero...
'Ñ —Nadi, que parece que ha caído en un pozo; ni aun
en casa de esas señoras, de la duquesa d2 la Sonora y de
la cómica, ha estado hace dos días, y ¡
—¡Tarpóco allí! 10
—Eso dice Rafael que le ha dicho la María Golfini 0 P
G lfos, o el demonio que s» la lleva. ¡Vive Dios! ¡Si estoy
! ten:a lo de ir y ponerlas como se merecen)...
— ¡Pa á, por Dios! ¡Eso sería ridículo! ¿Qué culpa tie”
nen esas pobres mujeres de que a nostros s2 nos fizut€
que Arturo está en relaciones... supongo, con la María
Go fini, y que esas relaciones no nos gusten y que tú le
hayas precipiado a irse, echándo.e en cara que no tiené
más que lo que tú le das?
Aunque Cé:ar diga otra cosa, Arturo es muy delica”
do, muy sentido, y es:oy segura de que es capaz de mé"
terse... ¡qué sé yo!, a memorialista, para ganar para má
comer, o a torero, o a cobrador del tranvía, o a sereno, Ou.
—Echa, hija, echa... o a barrendero de la villa, 0 ?
verdugo...
PS