LOS ANGELES DEL ARROYO
-—¡Y bien! ¿No es cierto lo que te he dicho?—contestó
a Elzna.
—Sí, es cierto, pero eso no se le dice a un hijo, papá.
Yo no me ofendería, aunque lo sintiera profundamente,
| que me echases en cara mi dependencia, porque tú, como
padre, tienes la obligación d2 mantener a una hija hembra
| hasta que se casa; pero a un hombre, a un hombre qué
tiene el deber de ganarse la vida, y que si no lo hiace es
porque no se le ha dado medios para ello...
—Yo he querido proporciona: le la carrera diplomá:ica,
y él no ha querido estudiar.
—Entonces era cuando debiste emplear todo tu rigor
y no ahora, cuando no tiene remedio, cuando está privar
do de poder seguir ninguna Carrera y acostumbrado 4
gastar como hijo que es de gran scñ0r.
Tú se lo his consentido, le has dado alas para qUé
gaste y triunfe y derroche, y ahora...
—Ahora, lo que tal vez intenta hacer es una ver; y nza.
— Quel ¿Te figuras que piensa casarse con la señora
Qolfini?
—Pues a eso tiende...
—¡Y qué! ¿No es mayor vergíl=nza lo que puede ocU"
eric?
—:¡Quél
—Si'le cierras tu caja, si no tiene recurso alguno: y
ciegamente quiere llevar a efecto su propósito...
¡Ya ves! ¡Qué bonita posición! ¡Un hombre sin %”
cuarto, sostenido por una mujer! ¡El hijo del duqué
Torremolinas... mantenido por una cómical
¡Está bien! ¡Nos habremos lucido!