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LOS ÁNGELES DEL ARROYO
Hubo un intervalo de silencio.
Al fin, dijo Marieta:
—Pero Arturo, ¿qué es lo que ha provocado esa eno-
losa cuestión entre usted y su padre?
—Diferencias de apreciación en ciertas cuestiones so-
Ciales..,
=- Sobre... las clases...
—Algo así... —dijo el vizconde volviendo la cara hacia
Marieta, a la que miró extasiado.
Ella le inundó con los efiuvios de su mirada, que cayó
Sobre la suya como empapada en tristeza mel ncolica.
—Esa discusión... ¿se roza tal vez con su presencia de
USied en est. casa: —le pri g tó María,
Irguióse vivamente Arturo sorprendido y exolamó:
—¿Ha estado aquí mi padre?
— No!... ¡Su padre de usted! ¿A qué había de venir el.
señor duque? :
—Como sabe que frecuento esta casa...
—Tal vez más de lo que él quisiera, ¿no es verdad?
¡On! ¿Por qué dice usted eso, María?—ex<iamó po-
Méndose encarnado Aruro,
—Lo digo, porque se me figura que no es esta visita
Muy del agrado de su padre... y no sé si de alguno más
* su famiia.
—No comprendo...
—Sé por usted la opinión que tiene formada su familia
€ las distintas clases sociales... Sé que en cuestión de.
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