LOS ANGELES DEL ARROYO 935
—¿Pero. es posible, Alvaro, dejar a esa criaturá abando-
nada, sin más recursos que esa miseria que gana, no sa-
bemos en qué?
—Debe de ser cosa de librería o de periódicos, cuando
César le ha visto acompañado de uno de esos que la dan
de extravagantes dejándose crecer el pelo, como si estu-
vieran en una isla desierta, porque creen que así se acre-
ditan de hombres de talento y se hacen populares.
Sería algún escritorzuelo de buhardilla, algún bohe-
mio amigo suyo que lo habrá llevado con él para explo-
tarle, para que gaste con él los pocos dineros, unos trein-
ta duros que me ha dicho ella que lleva en la cartera.
Elena se dió una palmada en la frente.
—¡Bestia de míl He podido mandarle dinero con la
tOpa, pero creí que lo tendría sobrado y ni siquiera pensé
en ello. E
¿Y ahora cómo ir en su ayuda?
¡Cómo es posible que con tan poco dinero se man-
tenga,
—Lo que es preciso buscarle y traerle otra vez a su
Casa—dijo la duquesa.
—¡Si quiere venir! —repuso el duque.
—Si se llega a saber dónde está, iré por él y vendrá—
Añadió Elena—. Si yo no le traigo, podéis perder la espe-
Tanza de rec uperarle, Y haría bien en no venir, si, sí; por-
Que a ningún hijo se le dice lo que tú a Arturo, papá
—Bien que se lo dije, porque era cierto: ¿qué hay con