AURI
LAURO
Entonces le llevaré a la mía. Quiero darle un traje casi
*.
muevo que a mí se me ha quedado ancho,
El anciano hizo un gesto de disgusto, pero no contestó. Se
. » ”
ro nervidso, aunque no tanto como a la esposa de
Armengol.
¡Qué Manoli to!—meditaba ésta—. ¿Por qué se me ha-
brá ocurrido sacarle de casa para llevarlo a merendar?”
Poco después el coche se detenía, Habían llegado a la calle
del Rollo.
ijo Aracil al mendigo—. Esta noche cenará usted
Y.
¡
11JO
Ds
e SENA
en mi mesa y dormirá aquí. (Qu lero que me cuente us sted su
historia.
—Acepto tu hospitalidad, hijo mío. Que Dios te premie todo
el bien que me haces. , y
Y mirando a doña Blanca, en cuyo rostro se advertía cierta
seriedad, añadió:
Y usted no se incomode, señora. Mañana, muy temprano,
saldré de da
Abonaron el servicio y entraron er la casa, cuya puerta les
abrió Jécotto.
—Aquí te traigo un huésped, al que quiero que sirvas y tra-
bes lo mismo que a mi.
Jeromo Miró al huésped y se estremeció como sl en el
LO
cuello le hubiera picado una avispa.
13 MAR 4 y) ME
¿Quién es este homibre?”, preguntose.
Entraron juntos en la casa, dirigiéndose a la habitación
de Manuel,
-—Me confunde tanta amabilidad—-dijo el mendigo cuando
Manuel le hizo sentarse en un sillón que había frente al suyo.
A quí se trata lo mismo ados pobres que a los millonarios;
no se hacen distinciones.
El mendigo lanzó una mirada interrogante én torno suyo:
LO