1094 LAURO LAURI
sombrero que realzaba su maravillosa belleza, aún ño Mar-
chita, ' :
Y ya se disponía a salir para seguir al agente, que la espe-
raba junto a la cerrada puerta, cuando quedóse helada y muda
de terror. Junto al lecho surgió un hombre.
Este hombre, que era el ladrón misterioso, tenía un dedo
puesto en los labios.
— ¡Silencio! -—musitó, dirigiéndose a la puerta y echando el
cerrojo tan despacio que ni la misma Blanca Nieves lo sintió.
—¡Juan Manuel! —tartamudeó, mirando con sorpresa una
puerta que había detrás de la cama, en la que hasta aquel mis-
mo instante no había reparado.
El ladrón misterioso le señaló la puerta con la maño.
—Sígueme—Je dijo al oído, rozando con sus labios la na-
carada mejilla.
Blanca Nieves, más muerta que viva, le siguió, entrando
por la pequeña puerta que daba accéso a un estrecho y alar-
ado pasillo, que alumbró el misterioso con, una microse :Ópica
linterna.
—Sigueme muy silenciosa—le dijo, mientras tiraba de ella
ratando de arrastrarla tras sí,
Blanca Nieves no ge resistió y le siguió a través del estre-
tho pasillo. Temblaba como la inócente paloma entre las ace-
radas garras del milano. 0
Don Juan Manuel seguía llevándola de la mano, que es-
taba más fría que la de una muerta.
-—¿Qué te pasa?—le preguntó—, ¿Me temes más que al pro-
pio juez?
—¡Juan Manuel!
—Tranquilízate, Blanca mía.
--¿ Adónde me levas?
Te evo a una essa que no está muy lejos de