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ye
ES
116 EAURO LAURI
No, nena mía—le dijo Mala espina, apoyando los labios en
gu rostro, abrasado por la fiebre.
Aracil, sin darse cuenta de su acto, le retiró. con brusque-
dad. ;
«—¡No la bese! —le dijo con tono imperativo, ¡No la bese!
Don Alvaro le miró iracundo.
—¿(Que no bese a mi esposa ?—inquirió—.. ¿Quién es usted
para impedírmelo?
—El médico—respondió con entereza Aracil
mandar salir inmediatamente de esta habitación.
Los ojos del millonario brillaron como dos hogueras en la
—, que le puedo
noche,
—¿Mandarme salir de aquí?
cería en este instante.
Ni al mismo Luzbel le obede-
—Es que el mal que padece su esposa tiene caracteres epl-
démicos.
—¿Y qué? No me asusta la Muerte.
—Es que en esta casa 110 está usted solo, señor Malaespina.
—Maáñana haré q
y yo, despreciando a la Muerte, seré el qu
ue salean todos los habitantes de esta casa,
e me encargue de
euidar a mi esposa.
El doctor no contestó al observar que $e abrían los her-
mosos- ojos de Marilina.
<— ¡Agua! —musitó.
—¿No será perjudicial el darle
lescendiente de Moctezúña
agua con la fiebre “que Ta
abradsa?=inquirió el « :
—No. Que beba toda el agua que quiera, para vel's1 Con olla
lo baja, la. temperatura algunas décimas:
Don Alvaro cortió a llenar un Jarro, y entonces Marilina
vien el rostro del hombre que ha-
posó. tn momento su mirada
bía sido su primer amor.
—¡Mi hijo! ¡El tuyo!-—dijo en voz tan baja que lacdontella,
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