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LAURO LAURI
ponerle en antecedentes, puesto que nada lenoraba. Hast
sabía que su madre había muerto «del disgusto.
—Me han enterado de todo, señorita. Es usicd muy bella
Pero su mayor belleza está en su alma
LA
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Tomé mucho cariño a Manolito, y no sabría estar sin él
Aracil se la quedó mirando con fijezá. ¡Qué abnegación
la de aquella muchacha, que sin tener quien la amparase há.
bía protegido a un niño que no Hevaba su sangre!
—PBisn—dijo Árac il—, ¿Así, que usted se lo dirá ahora a
Marilina?
—Abhora, mismo, don Manuel. Marilina accederá a lo que
usted solicita, pero yo le aconsejo que no vaya por allí. Aun-
que mucho le diga de don Alvaro, no la hará desistir de su
proyectada boda.
—No es esa mi idea, señorita. Sólo quisro despedirme de
ella y hablarle del niño. Tranquilíceso, que no saldrá de su
A
compañía mientras usted le quiera como hasta al
3
S
a
qe)
—
po!
PE O. Hasta la noche, Mererditas,
Y dando otro beso a'su hijo, estrechó nuevamente con
fuerza la mano de Mercedes y se alejó por la calle del Mar-
qués de Urquijo.
Morcedes se quedó como si le hubieran echado en la nuca
un jarro de agua fría, ¡Qué disgusto cuando se enterase Mia»
rilina!
No quiso pensarlo más, y cogiendo al niño de la mano se
diririó a casa de doña Aurora. Aún estaba en ella Malaespina.
¿Me subiré al último piso con el A: No
quiero que le mira con esos ojos, que hacen dañ
q con la criatura hasta que por el balcó ón vió salir a
don Alvaro por la puerta del jardín.
“Bajaré y le daré el dis sgusto a Marilina. Muchísimo peor
sería si no le dijera nada.”
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