LAURO LAURI
Manuel sacó un revólver de uno de sus bolsillos y apoyó
el cañón en la frente de Malaespina. Este se estremeció.
—¿Me dices dónde tienes al niño?
—¡No!.
¿Quieres que te mate? ¿Quieres que te deje muerto en el
acto?
—¡Mátame!
—¡Ah!—rugió Manuel—. Mira que con sólo oprimir el ga:
tillo...
—No amenaces tanto y mátámnoe. '
-—¡Mira que te mato! ¡Mira que te aborrezco con mis cinco
sentidos!
—Y si yo no estuviera así te arrancaría las entrañas.
—¡ Ah!
—¡Mátame!-—le «dlijo Malaespina con desprecio—, ¡Abofe-
téame, ahora que no puedo defenderme! ¿Y tú eres el hombre
que tiens aterrado a Madrid? Yo no te temo, misterioso,
Manuel apartó el arma de la frente de don Alvaro y, ha-
ciendo un gran esfuerzo, se la.guardó. No ignoraba que Mari-
lina se daba cuenta de todo.
“¡ Ah, si no estuviera ella aquí!”, musitó con coraje.
Mas no desistió de reclamar a su hijo.
—¿Dónde tienes al niño? ¿Qué otra cosa hay para ti peor
que la muerte?
Malaespina no contestó.
--¿Me dices dónde está? ¿Me lo dies, Malaespina?
«No lo sé.
—Pues si no me dices dónde tienes el niño me Hlevaré a tn
esposa y... la haré mía.
Y al decir esto la abrazó y la besó las mejillas.
El rugido que se eseapó del pecho de don Alvaro no fué