LAURO LAURI
—|¡Bájate!-—le dijo con tono imperioso—, No quiero hacer-
te daño, pero necesito tu coche para una aventura amorosa.
—|¡Señor, que me arruina usted! —tartamudeó el asombrado
chófer,
—El coche te lo dejaré junto al estanque del Retiro, mañana
o pasado; pero no grites, porque te iría muy mal.
—No—bhalbuceó el asustado conductor, descendiendo del
“baquet”, en el que ocupó su puesto el exagente,
¡Sin gritar]
Y Manuel pisó con fuerza el acelerador, poniendo en mar-
cha el coche robado. Este eruzó a gran velocidad el puente, no
tardando en llegar al lugar donde Marilina se hallaba tendida
sin sentido,
Bajó de un salto y corrió a los arbolillos, 'Al estaba ate-
rida de frío, Manuel la cogió entre sus brazos y la llevó al in-
terior del coche, acomodándola en uno de los asientos,
“Al movimiento del coche se puede caer al fondo del mis-
mo y lastimarse. Tendré que
atarla para evitar tan posible
contratiempo.”
Y en un momento la sujetó a los asientos con una everda.
teto seguido otupó su puesto en el volante y puso el coche
en tiarcha, dirigiéndose por la carretera de La Coruña al pue-
blo do Majadihenda Tn torfeño era desigual y bravío: mon-
tes, huertos, tomillares...
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esó el pueblo y por un camino de herradura se diri-
£gió al monte de Romanillos, en cuyo centro se hallaba el cas»
tillo de torros achatadas. |
¿Quién, sino un hombre atrevido como: Manuel, se hu
biera aventurado de noche por allí? El resplandor de los faros
del auto asustaba a las AVES Agoreras.
Después de una penosa marcha, en la que, milagrosamente,
el coche no sufrió ninguna avería, se detuvo en la puerta del