Full text: [1] (1)

LAURO LAURI 
—|¡Bájate!-—le dijo con tono imperioso—, No quiero hacer- 
te daño, pero necesito tu coche para una aventura amorosa. 
—|¡Señor, que me arruina usted! —tartamudeó el asombrado 
chófer, 
—El coche te lo dejaré junto al estanque del Retiro, mañana 
o pasado; pero no grites, porque te iría muy mal. 
—No—bhalbuceó el asustado conductor, descendiendo del 
“baquet”, en el que ocupó su puesto el exagente, 
¡Sin gritar] 
Y Manuel pisó con fuerza el acelerador, poniendo en mar- 
cha el coche robado. Este eruzó a gran velocidad el puente, no 
tardando en llegar al lugar donde Marilina se hallaba tendida 
sin sentido, 
Bajó de un salto y corrió a los arbolillos, 'Al estaba ate- 
rida de frío, Manuel la cogió entre sus brazos y la llevó al in- 
terior del coche, acomodándola en uno de los asientos, 
“Al movimiento del coche se puede caer al fondo del mis- 
mo y lastimarse. Tendré que 
atarla para evitar tan posible 
contratiempo.” 
Y en un momento la sujetó a los asientos con una everda. 
teto seguido otupó su puesto en el volante y puso el coche 
en tiarcha, dirigiéndose por la carretera de La Coruña al pue- 
blo do Majadihenda Tn torfeño era desigual y bravío: mon- 
tes, huertos, tomillares... 
PQvAa 
esó el pueblo y por un camino de herradura se diri- 
£gió al monte de Romanillos, en cuyo centro se hallaba el cas» 
tillo de torros achatadas. | 
¿Quién, sino un hombre atrevido como: Manuel, se hu 
biera aventurado de noche por allí? El resplandor de los faros 
del auto asustaba a las AVES Agoreras. 
Después de una penosa marcha, en la que, milagrosamente, 
el coche no sufrió ninguna avería, se detuvo en la puerta del
	        
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