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dalcón y sólo vió las negruras de la noche, Un arre 1110, saru-
rado del áspero perfume de la jara, la hizo recluirse en $us
habitaciones,
“Manuel no vendrá hasta dentro de ocho días. Yo n0
puedo vivir agí.*
Y la idea de huir del castillo asaltó su mente.
“Mi hijo me necesita. Su vida £s antes que la mía.”
¿Y cómo huir, si no tenía una sola moneda en su bolso
de mano?
“
Me pondré en la carretera y al chófer del primer coche
que pase le pediré que me lleve a Madrid. En la quinta tengo
dinero.
Maduró $8 plan,
( tillo.
y al amanecer estaba resuelta a salir a
No ercía que Miguelín se opuciera a sus propósito.
“Todo será que mi es 5poso me mate porque crea que ho
sido la amanto de Manuel.”
No tardó en amanecer. Marilina vistióse y se puso si
abrizo. El recuerdo de $u hijo no se apartaba fe su mente.
“¿Melo habrá matado? ¿Me lo matará?”
Y con-esta idea fija on su mente bajó la escalera. En la
cocina. halló al guarda ttizando la lumbre, Al instante una
alegro llama alumbró la estancia, '
—¡ Hombro; la señorita! ¿Be ha/puesto usted mala?
A
—No—repuso Marilina—, Eg « que me aburro de estar suit
—No permanezca arriba. Aquí, con la Melitona, estará me-
jor. Hoy: estáaleo: acatar ada. Ayer ge empeñó en ir a por
un restriado. Nó se puede: con ella.
—¿Hay muciras bellotas por aquí?
—Muchas, pero soñ muy amargas. Donde las h hay dulces es
en el tomillar, junto al camino de Majadahonda.
—Quizá UY
tá
bell Tas y pilló
acerque por allí. Tengo ganas de dar un paseo
por el monte,