Capítulo CXXXIX
EL CABALLITO BLANCO,
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888 nrilina detúvose en el centro del dor-
mitorio de su esposo, nO atreviéndos
a dar un paso más, Don Alvaro la
contempló con ojos encendidos por
el furor.
—¡Alvaro mío, no me mires así!
¡Mo haces daño! ¡Tu mirada me ha-
ceo mucho daño!
—Más daño me hace a mí el pensar que has sido de otro
hombre, al que todavía quieres.
=—¡No, no le quiero! —sollozó Marilina.
—Y ese hombre acaba de tenerte en $u poder durante cuatra
días.
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Y,
Y
1
A
de
o ha tenido en su poder cuatro días, pero no me ha to-
cado ni un hilo del vestido. Aunque aturdida y medio ador-
milada, me daba cuenta de todo. :
—¿ Y dónde te ha tenido ese ladrón 2—inquirió Malaespina
rechinando los dientes,
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