3440 LAURO LAURI
león. Este se paseó con ella, y de pronto se la tragó como sl
hubiese sido un bombón,
Después de la rosa le dió un clavel y acto seguido dos azu-
cenas. El animal no hizo más que abrir las fauces y las flores
desaparecieron, Isabel se reía.
—¡Cuidado, no te deyore a ti!—le dijo un joven que ocu”
paba una de las delanteras,
—¡ Que tú eres la flor más bonita del ramo!—exelamó otr0
jue ocupaba una butaca de la fila donde se hallaba sentado
Malaespina.
ste miró al joven con ojos asesinos.
Aracil sorprendió la mirada.
“1ú amas a la domadora—se dijo—. Tú estás loco por
ella.” '
Y con esta idea en la mente, no perdió un movimiento de
Isabel.
“Marilina tiene que saber lo que la quiere su" marido”,
'ontinuó monologando.
Y ya no se dedicó más que a observar a don Alvaro, que
no apartaba sus ojos de la jaula, donde jugueteaban la do-
madora y el león.
Al salir Isabel de la jaula una atronadora salva de aplau-
50s la saludó. Ella dió las gracias extendiendo los brazos, como
s1 quisiora estrechar con ellos a todos los que la aplaudían
con tanto entusiasmo.
pu esposo se unió a ella, y Manuel vió como el mejicano
les seguía. Isabel llevaba en la mano el ramo de flores.
“No me cabe ya la menor duda de que la bella hungarita
's la.amante de Malaespina”, musitó Aracil.
Y les vió entrar en el cuarto de Isabel. No creyendo opor-
vuno seguirlos hasta alí, salió a la puerta de la eallo.
“Les esperaré aquí.