LA LEY DEL AMOR
ras cerraba la puerta y lanzaba al monte uns initada: de
terror,
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— Aqui, eh un Poyo.
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Don Juan lo sentó en él y ordenó al guarda que le lievase
una jofaina con agua templada.
Así lo hizo Miguelín, y don Júan lavó con ella las he-
vidas que la loba habíale causado al pastor en el cuello. No
eran muy penetrantes, pero sí muy extensas, Si le hubieran
Márslla la garganta, le hubieran degollado.
Y cómo se ha arriesgado usted a salir de casa en una
noche como ésta ?-—le obantó Miguelín.
——Nocesitaba estar al'amanecer en Boadilla para encargar-
me de un rebaño-—musitó débilmente-el herido .
-—¿Es usted de muy lejos de aquí?—Je preguntó Miguel.
-No, señor, He nacido en el mismo pueblo que “Barba-
rroja””: en La Despernada. .
—¡Ah! En cierta ocasión estuve on ese pueblo,
mediodía de allí y me he extraviado al querer to:
mar hac amino de Boadilla.
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Y le atacaron. los lobos?
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-—Apenas llegué al barranco. Menos mal que llevaba un
arma para defenderme. Al terminárseme las municiones fué
lo; malo, ya que el otro lobo, 'aunque herid
do, se disponía a
—5i llega a saltar y hacer presa en usted le hubiera devo-
-No lo hizo gracias a la llama del mechero y al dolor que
Ile producía la herida.
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-Y al tiro que le destrozó la eabeza y le hizo caer sobre el
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na encina, y petúí soto"