1636 LAURO LAURI
lera con resolución y no bardó en hallarse en el jardín, con
eran asombro de los trabajadores,
¡Hombre, don Alvaro por aqui! ¿Está usted mejov?
—Y anda como lo hacía antes de estar mutilado,
s Tres de aquellos hombres le estrecharon la. mano,
—Mañana os pagaré a todos una merienda y 08 dispensar
de trabajar.
Muchas eracias, don Alvaro-—le aeradecieron los hortela”
DOS,
-—-No hay de qué darlas, amigos/mios. Hasta mañana.
Y por CONSEJO del ortopédico subió a su despacho, dondt
se sentó.
—¿Qué tengo que darle?—le preguntó.
—Satistecho, como está ya, el importe de las dos piernas, lO
que usted quiera.
Don Alvaro nada dijo, y abriendo un cajón de su mesa de
despacho sacó un theque, que extendió y firmó con su nombre
y apellido.
-—Yome, ahí tiene quince mil pesetas, que le regalo por el
bien que me ha hecho,
—Muy agradecido—repuso' el ortopédico, que estaba muy
1 contento por el espléndido regalo que acababa de hacerlo
Malaespina.
. + Mi agradecimiento es mucho mayor. Nunca creí que po"
dría andar tan bien como lo acabo de hacer,
“Recuerde lo que le dije el primer día que hablamos de
esto.
-—No lo he olvidado, amigo Bonilla.
-— Jamás he engañado a nadie, Mi lema es la honradez»
-—LDespués de lo que acabo de ver, no lo dudo.
Muy poco más hablaron, y a eso de las dos de la tarde el
ortopédico salía de la quinta.