LA LEY DEL AMOR 163
Mercedes la abrazó de nueyo.
—No llores—sollozó con ella, mientras la abrazaba—. NO
llores, hermana mía.
largot las contemplaba sin despegar los labios.
Y de pronto, lo inesperado: en la puerta, con el sombrero
en la mano, Manuel,
—No llore, señorita Marilina—dijo—. No ignoro que su es-
poso y mi hermano Juan salieron juntos, Tomaré un coche y
“t,
saldré en busca de los dos, Tranquilí que está muy net-
ViOga,
No dijo más y salió de la estancia, dirigiéndose al despa-
Cho, donde, sentado en un frailuno sillón, se hallaba el an-
clano don Juan Manuel, que no disimulaba el estado de su
alma.
=—Me marcho, papá, en busca de Juan y de don Alvaro,
"¡Quién pudiera hacer lo mismo, hijo mío!
—No estés intranquilo y serénate. Tú sufres por todo y por
la menor contrariedad te martirizas,
—¿Cómo quieres que esté tranquilo sin saber lo que ha sido
de tu hermano? No me pidas imposibles, Mánuel,
—Te dejo.. Hasta dentro de muy poeo, papá. Un poquito
de espera y procura no impacientarte,
ole un beso en la frente salió del despacho, en-
trando en su habitación para coger un revólver,
de Mercedes prestó. atención,
Al pasar junto al cua
AS h , :
Aun > 9 CON ella Wiarima.,
¿Qué les habrá sucedido?”, pensó.
cercóse a la puerta, Tiraba de él para que
no se Mé nase el acento musical de la bella niña de los pjos
azules,
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e 41o—, ula q
uiere a otro hombre y ha venido