LA LEY DEL AMOR 167
Un momento después oyó como Marilina y Margot
lespedían de Mercedes,
un taconeo por: el pasillo y cervarse la puerta que
ya acceso a la escalera.
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Qué diría de mí si supiera que est escondlidó,
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Manrique de Lar
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su rostro. El ladrón misterioso, seguía putlandose de es desde
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a cárcel Tres o cuatro veces le acometicrón des de sar
de su escondite y lanzarse en busca de su hermano v del hom-
bre al que tanto aborrecía. E
Consultó su reloj y vió que marcaba las doce del día.
«Aín falta mucho para las eurtro-musitó—. Si a .esa
hora no está aquí saldré en busca de-los dós y no volveré
hasta que los traiga.”
Algo más de las dos serían cuando entró el mulato.
— Aquí le traigo al niño la comida, Ni el señor 'ni la niña
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—Muy bien. Así me gusta a mí que séas; no lo perderás
—El niño sabe muy bien que no soy interesado.
Y le dejó la comida encima de la mesita de noche. Aracil
no la tocó.
No tardaron en dar las tres. ¡Qué hora más larga se le
haría hasta que dieran las cuatro! La ansiedad le mataba,
El menor de los ruidos le hacía estremecerse.
“Nada. No permaneceré ni un minuto más aquí ence-
rrado”, se dijo, mientras se mordía el labio inferior hasta
- hacerse daño.