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LA LEY DEL AMOR 1689 
—¿Qué tienes que decirme? ¿Ha cometido nuestro padre al- 
, 
gina imprudencia” 
—Nada más que enamorarse de una mujer de la que debería 
huir como de un toro desmandado. 
—¿Qué mujer es esa? 
—La que te tuvo a ti en AID más de quince días, 
—¿ Maravillas la de Antequera”? 
—Maravillas, sí, Ayer estuvo con ella en una casa de modas 
de la calle de Alcalá para encargar un vestido de noche, 
—¿Quién te lo ha dicho?—anquirió Juan, muy interesado—, 
¿La tía Blanca Nieves? 
—No. Me lo ha dicho Marilina, que está empleada allí, 
—¿Ya no está con don Alvaro? 
—Hace días que lo abandonó, después de dejarle malherido. 
Y en un momento le contó lo ocurrido en la Quinta de 
la Fe, 
—¿ Agí, que el tiro iba para t1? 
Y si se hubiera desviado dos o tres milímotros a la izquier- 
da hubiera matado a mi hijo. 
¿Y cómo ha podido hacerlo, hallándose el mejicano inútil? 
—Puedo andar con la ayuda de unos aparatos que le han 
Mandado de Berlín y que creo son una maravilla. 
—¡Qué mala sangre tiene ese hombre! 
—Tan mala. Que me hubiera matado a mí, que sigo aman- 
do a su esposa, hubiera tenido cierta justificación; pero herir 
dun niño de seis años... 
—Merece que se le devuelva el tiro. ¿Quieres que me encar- 
Sue yo de devolvérselo? 
=No. Eso corre de mi cuenta. 
—Muy bien. Hablemos de otra cosa, o sea del asunto que 
M1 , + s 007 
Aquí te ha traído. Yo no me atrevo a decirle a papá nada de
	        
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