LA LEY DEL AMOR 1703
é -—No me atrevo, ¡Quieto! ¡Quietecito, que me parece que
está detrás y nos está escuchando! ¡Quieto! ¡Quietecito!
Adolfito, al escuchar a su fiel criado que el “loco” estaba
detrás de la puerta, tembló como el gorrión entre las garras
del milano y se metió también debajo de la cama de su, fiel
Urbano.
Una hora transcurrió sin que ninguno de los dos 1moviese
sus labios para hablar. ¿Se había marchado el hombre loco o
se había sentado para matarles en cuanto que salieran? fuste
Silencio les helaba la sangre en las arterias.
—¿Qué te parece, Urbano?-—rompió el silencio el mar-
Quesito.
—No me hable ustad, don Adolfo.
Aleo más de otra hora transcurrió sin que hicieran el me-
hor movimiento. Ni el menor rumor se escuchó en las demás
habitaciones.
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E —¿Qué le parece al señorito? ¿No le parece qué se debe
de haber marchado? Yo creo que s..
—¿Y si no se ha marchado, Urbano?
| —¿Qué quiere que le diga?
4 —Que no está, para qúe podamos salir de esta aleoba.
¿Quién habrá traído a ese loco? Mira que.entrar dispa-
tando. .
—Un loco no sabe lo que hace. Es inconsciente.
—¿Quiere usted “asomarse?-—inquirió el mozo.
—¿ Y si está?
No tema, que si está... me asomo al baleón y me tiro a
'*la“calle.
> ¿Tú crees que ya no estará? 51 es
así, ya verás quién
és Aguateniplada.
Y muy despacio salió de debajo de la cama y separo €
sillón. Hecho esto abrió la puerta y escuchó.