LA LEY DEL AMOR 1
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ey:
recuerdo del hijo que he matado. Mi heredero... ¡Yo que s0-
ñaba con tener un heredero que no dejara extinguirse mi ape-
llido! :
Hizo un movimiento de cabeza como para alejar un mal
recuerdo y acordóse de lo que le había aconsejado “Tejeri-
ta”,
—$Sí—dijo—. No hay cosa como el vino para ahuyentar la
tristeza y alegrarnos el alma.
Y llamando a “Tejerita”, hizo que le sirviera un vaso de
moscatel lleno hasta los hordes.
El mozo sonrió.
—(Quiero ir alegre al Baile dé Máscaras—arsuyó—. El vino
alegra los sentidos y, sobre todo, el vino de esta tierra, que
también es la mía.
—Y nosotros muy honrados de que los americanos hablen
asÍ—repuso ñ
yd
ejerita”—. España no les mira como extraños.
Acto seguido sirvió el vino a Malaespina, y éste, tras de
beber un buen vaso, mandó que le disfrazara de charro me-
jicano.
“Tejerita” lo hizo así, y se disfrazó él de argelino, con un
turbante y un alfanje moro.
No tardó en salir Teabel disfrazada de rancherita meJji-
cana.
—¡Qué bella estás, Isabel mía!-—le dijo don Alvaro—. Pa-
rece que has nacido en mi tierra.
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