LAURO LAURI
—¿Qué es ello?
—Hablarme de tu divorcio, porque supongo que cuando sal-
gamos de Madrid ya te habrás divorciado de Marilina.
Don Alvaro quedóse un momento indeciso.
-Si—dijo—; me divorciaré,
Y después de hacer un detallado relato de las bellezas. de
su país salió a la calle seguido de “Tejerita”.
—“Tojerita”—le dijo cuando estuvieron instalados en un
auto—, nos marchamos a Méjico.
El exlegionario abrió los ojos como si se le fueran a sal-
tar, :
— ¿Que se marcha usted a Méjico? —le dijo, admirado por
tan inesperada decisión.
—Que nos marchamos, porque también quiero que vengas
tú, si no es que te niegas.
—Al contrario, señor Malaespina. En el estado en que está
ustad no le puedo dejar solo.
—Te ha de encantar mi país.
—Máxime que yó soy muy aventurero y allí vuedo correr
grandes empresas.
—Más de una correremos, “Tejerita”,
Habían legado a una estrecha calle del centro de Madrid.
-Aquí-—Ñdijo don Alvaro al chófer al llegar frente a una
casa cuya puerta era muy estrecha—. Aquí es.
Inmediatamente quedó parado el taxi, y don Alvaro bajó,
entrando en un portal muy húmedo y maloliente.
Tocó en una puertecilla que había a la derecha y pronto
estuvo dentro de un mísero tabuco, en el que se hallaba sen-
tado an'> una mesa un hombrecillo con el pelo blanco y unas
antiparras que debían tener más años que él. Al ver a don
Alvaro le hizo un ademán de saludo,