1836 LAURO LYRI
—Lo que usted quiera.
—Usted no tiene, por ahora, que decir más
muerto la niña a los tres días de nacer.
—Desde luego que esa señora querrá saber dónd:
Le dice usted que vive en mi casa, donde y) le he
una habitación en el piso bajo. Todo lo demís cor
uenta.
El auto “se detuvo a la puerta de la casa donde habitab:
Rosa, y pronto estuvieron en la salita tim conocida d
nuestros lectores. En una butaca se hallaba sentada Mari-
1, la cual se puso en pie cuanto vió entrar a Manuel acom-
añado de Aurorita.
—Aquí tienes a la muchacha que te dije. Me han dado de
olla, muy buenos informes y me la hs llevado a casa para que
iyude a Jeromo. Además, así estaré yo a la mira de la niña.
Marilina dijo que aprobaba las medidas que había to-
mado Manuel y le entregó la niña para que la amamantaran.
—¡Qué bonita es!... Así ser
ía mi hija si no hubiera muerto
-dijo. Aurorina, dando un beso a la que ignoraba que era su
pronta hija.
—Quiérala mucho—le dijo Marilina—. Quiérala como si
fuera suya.
Aurorina, que inmediatamente había empezado a darle el
pecho, apretó a la niña contra sí.
«—¿ Y quién no va a querer a un angelito como éste?
Y nuevamente la besó ton amor maternal
-—Bien—dijo Manuel—. Me quedaría aquí toda la mañana,
pero mis enfermos me esperan.
Ane Se dispuso a seguirle, y en tonees Man ina ah razó
a “sn hija” con infinito amor.
—¡Hija mía! ¡Hija mía! ¡Quiérala mucho!
Institut Berlin
ni AAA