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LA LEY DEL AMO 221 
Tendió la mano al que le acompañaba y agarrósc a uno de 
los brazos de Jeromo. 
Está Juan?—le interrogó, 
-—No, señor. Don Juan Manuel se acostó a eso de las dos, 
diciéndome que no le llamase hasta que él no tocase el timbre 
que tiene sobre la mesa de noche, 
-——¿Y no ha llamado? 
—No, señor. ¡Si quiere. que le llame y le diga que está el « 
niño aquí!.. 
—No, no; no le llames, Jeromo, Que tarde en saber que 
estoy herido, para evitarle pesadumbres. Bastante sufre. el 
desdichado, 
Entraron en la casa, dirigiéndose Manuel a su alcoha. 
Mercedes, al verle herido, se puso más blanca que las 
AZUCenas. 
—Bien me lo estaba temiendo—articuló—. Por eso le he re- 
zado a Jesús de Medinaceli pidiéndole que no le trajesen 
muerto. 
—Y te ha escuchado, puesto que esto no es nada. No te 
pongas nerviosa, Merceditas. 
La joven hizo un signo negativo, pero se la notaba ner- 
viosa y alterada. ! 
—¿Le han herido de gravedad ?—inquirió. 
——No; sólo sufro la fractura del húmero. 
—¡(Qué horror! Le dolerá mucho, ¿verdad?—dijo, ayudán- 
dols a desnudar con un cariño semimaternal. 
—Mucho, no. » 
Acostóse y no tardó-en atacarfe una fiebro alta. Mercedes 
no se separaba de su lado un solo instante y le arropaba cuan- 
do él trataba de arr ojar al suelo la sábana y las mantas 
“Y don Juan sin venir, esta noche que tanta falta nos 
hace,” o
	        
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