LAURO LAURI
Manuel deliraba y pronunciaba frases que Mercedes no
entendía.
—¡Él ha disparado y me ha herido; pero pudo haberme
matado! ¡No quiso, no! El al que quería matar era al sar-
gento Borbolla.
-Miraba a la abnegada Mercedes con los ojos muy abler-
tos,
—No creas que yo no pude dejarle muertó en la escalera—-
continuó diciendo en su delirio—, Tres veces apreté el gati-
llo con el dedo, pero el hierro me quemaba como si momen-
tos antes lo hubieran sacado de una fragua. Me quemaba el
dedo, y por eso no lo maté.
Mercedes le mandó callar. '
—No hable tanto, don Manuel, que se pondrá peor y hasta
puede sufrir algún ataque cerebral,
Y acarició con amor la abrasada frente del herido,
—El niño lo tiene Marilina—le dijo al oído para que no se
acordase del ladrón misterioso,
—¿Que el niño lo tiene Marilina? ¿Y por qué se lo has de-
jado sabiendo que su marido no lo quiere?
—Mañana lo traeré a esta casa. Allí no está mal, porque
Marilina lo quiere mucho,
-——Mucho más lo quieres tú, a pesar de no ser su madre,
—Tanto ella como yo le queremos, lo mismo que don Al-
varo, que le está agradecido por haber dicho a los guardias
el lugar donde lo tenían secuestrado.
—¡No quiero que lo tenga él; no quiero!
Jeromo, al oír los gritos que daba su señor, asomóse a la
puerta de la alcoba.
—¿Qué le pasa al niño?—inquirió.
-—Que delira—repuso Mercedes.