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Don Juan Manuel le aplicó el termómetro y vió que no
pasaba de los treinta y ocho grados.
—Me tranquilizo-—afirmó—. No es mucha fiebre la que
tienes.
-—Bien—dijo Mercedes“-. Hay que tomar el desayuno,
-—¿No lo has tomado aún, papá?
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=—N0 lo ha tomado, don Manuel: aún no lo ha tomado.
_—pien . Tomaré un vaso de leche y una valleta; una sola, .
Merceditas.
—Quí en dice una dice media docena-——repuso la abnegada
muchacha li de, la .estancia.
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Manuel la miró e hizo con la cabeza un movimiel nto 1M-
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-—¡ Qué alma la suya! —musitó.
de Santa Isabel Pote el impedido, mi-
Un alma. como la
rando a su, hijo con fijeza—. Un millón n daría por tener el
alma tan limpia tomo ella.
-—T'ú no la tienes manchada, padre mío. ¿Qué
de tener un alma cuyo cuerpo no se mueve de una estrecha
Don Juan Manuel dirigió la vista a una imagen de Jesús
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Nazareno que había en la cabecera del lecho de su hijo, pero
bajó inmediatamente la mirada. Manuel mo lo notó.
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— ¡jo Miol-—le preguntó. ¿Tú amas a Mercedes?,
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— Bien sabes que sí; pero aún no he olvidado a Maril
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—-¿4A4M28 aun a la Mujer sin alma que abanaonó a su
por dar su mano a un hombre millonario?
—Aún no he podido arrancar del pecho ese amor.
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Y calló al oír que Merceditas se aproximaba.
Al momento entró con el desavuno, que llevaba en una
mesilla 1 nortátil.
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“Aquí tiene un vaso de leche, una rebanada con mante-