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LA LEY DEL AMOR 291 
bre y puso en ella un puchero lleno de agua, en la que echó 
unas cucharadas de café. p 
“Me tomaré un jarro llenó y no desayunaré por si la fie» 
bre es muy alta”, siguió niutmurando. 
Así lo hizo, y cu: mdo el jarro lo tuvo lleno de ag echó 
en óste una copa de anís y cuatro cucharadas de azúca: 
“Beberé cuando tenga sed”, dijo, tras de haber lnqirilo 
más de la mitad del líquido que contenía el jarro. 
Y llenándolo nuevamente lo puso 'ey la mesa de noche, 
Acto seguido se acostó. ) 
“¿Me habré roto la ternilla de la nariz?”, meditó al poner 
el rostro en la almohada. 
Algo le dolía, lo mismo que la frente. 
No obstante, pronto se durmió, y no despertó hasta que a 
eso de las cuatro llamaron a la duerta: 
( juecióne sentado en el lecho y escuchó. El perro no o cesaba 
de ladr: 108 
" “¿Quién será?”, se preguntó, arrojándose de la cama y 
calzándose en un instante, 
No le dió tiempo a vestirse, porque, nuevamente llamaron, 
y esta vez con más fuerza, > 
Jogé, en mangas, de camisa, acercóse a la puerta y miró 
por entre las tablas mal unidas, : 
“El vitano—musitó—, No,quiero ya nada con a 
Y abriendo le*puerta le mandó pasar, cosa que hizo al 1ns- 
tante José el de Antequera. 
— Me álegro..., me alegro que no le haya sucedido nada-— 
arguyó., 
—Y yo, que no diera anoche un tropezón en una esquina. 
¡Menudo paso que llevaba usted por Altamirano! 
-—¡Que llevaba yo menúdo paso?... ¡El mío!.... 
-—(Jue no, hombre, que no, 
A 
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