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364 LAURO LAURI
—(Quizá hoy esté arrepentido de su acción. Además, no creas
que yo quiero ir a verle por pedirle dinero.
—No creo eso en ti. Me pongo en tu caso y me fieguro lo
que debes sufrir en tu amor propio herido.
Manuel se mordió los labios hasta hacerse sangre en el in-
ferior. Temblaba de coraje, y sus ojos parecían dos hogueras
infernales. |
—¡ Ah, si un día le echara la mano encima! Aquel día me
las iba a pagar todas juntas.
1quella noche nose acostó, y las primeras luces de la
aurora le hallaron sentado en un banco del jardín. Juan acer-
cóse a él y le riñó. :
—¿ Te quieres matar tú solo? ¡Anda a tu aleoba y duerme
todo el día!...
—No podría dormir, Juan. Me está matando el coraje que
me embarga.
—Así no logras nada. Renuncia tus dos destinos en el Juz-
gado y así quizá logremos ver pronto al que tanto queremos.
Mañana los renunciaré. Mañana dejaré de ser agente y
médico del Juzgado; pero, lo digo muy alto para que mé oig:
el ladrón misterioso, si antes de tres días no está mi padre
aquí me dedicaré nuevamente a búsearle a él y o me tendrá
que asesinar o yo le mataró en su madriguera lo mismo que
se mata a un animal dañino.
—¿Y desde «aquí te va a oír ese hombre?—dijo don Juan,
lanzando una mirada en torno suyo.
—Muy bien, sí. Hace pocas noches soñé que el ladrón mis-
terioso era mi sombra.
—¡Y dale con los sueños! Te vas haciendo muy supersti-
celoso, Manuel.
—¡Muy supersticioso!... ¿Y si yo te dijera... ?