3972 LAURO LAURI
unos momentos. Ella, como gitana y zahori, leyó en el brillo
de sus ojos lo que pasaba dentro de su alma.
“Me engaña—se dijo-—. Quiere hacer una prueba con mi
amor,”
No se engañaba la gitana. Malaespina llevaba en la mente
una idea que él creía genial, como suya.
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A
Y cuando le vió salir sonrió. ¿Qué idea sería la del meji-
cano?
Aquel mismo día llamó al teléfono del hijo de Manolillo
el “Uñas Largas”, o sea al de un bar donde acudía con fre-
cuencia el gitano,
Este, en cuanto le dieron el recado, eogió el bastón y tomó
el camino de la casa que había puesto don Alvaro a Maravi-
llas,
Acto seguido tomó un tranvía y no tardó en llamar a la
puerta utilizando los nudillos,
“El timbre es un chisme que yo no entiendo y que no
sirve más que para escandalizar. No quiero usarlo.”
Al instante abrióse la puerta, destacándose en el umbral
la gitana.
—Buenas tardes, prenda—la saludó, quitándose el mugriento
sombrero—. Así, puesta en la puerta, me parece que veo el
cuadro de la “Maja”, de Goya, ¿Y qué tal está usted, señora
mía?
—Adelante, Rafael. No estoy mal, gracias a Dios,
—¿Y la niña?
—Muy bien. Hace un momento se la ha llevado la muchacha
al Retiro,
Entraron en una salita y se sentaron frente a frente, El
gitano sacó un cigarro y lo encendió,
—Te he llamado-—enmpezó Marar illas-—para decirte que el