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LA LEY DEL AMOR 381 
Mercedes se estremeció, y un frío intenso recorrió todos 
sus huesos. Manuel miraba a su sombra de un modó agresivo, 
—¡Tú..., tú eres el ladrón! ' 
—¡Que te pones nervioso, Manuel! ¡ Mira, mira, ya son las 
once menos diez! 
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ya estará ese hombre en el bosquecillo..., y yo... aquí, 
mientras él campa por sus respetos! 
El reloj dió las once con su lengua metálica, y el exagente 
se estremeció. 
—Mercedes—dijo—, yo me estoy ehotando, 
—¿Qué quieres? 
»—Respirar el aire del jardín, 
-—¡ Manuel! 
—No puedo estar aquí más tiempo. Me asfixiaría si. nie 
sentase nuevamente, 
—¡Manuel, por tu padre, por tu h1jO..., por mí! 
Y Mercedes, arrodillándose, se abrazó a sus piernas im- 
pidiéndole salir. El la separó bruscamente y salió de la estan- 
cia. 
Al momento estaba en el jardín, que aquella noche no vi. 
gilaba Jeromo. 
Noche silenciosa. En la arboleda la quietud era completa, 
Manuel andaba muy despacio, con un revólver en la mano. 
“No tardarán en ser las doce”, musitó. 
Miraba en torno suyo, y aunque tenía vista de águila no 
distinguía nada. en absoluto. 
Muy pronto llegó al bosquecillo, refuglándose entre la 
maleza, 
“Allí está el sillón. En el mismo sitio donde lo:ha dejado 
el mulato”, se dijo, ] 
Mir: aba con los ojos muy abiertos y esperaba con el re- 
vólver amartillado a que apareciese el ladrón misterioso. 
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