Full text: [1] (1)

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390 LAURO LAURI 
“No vienen más que a ver si pueden sacarme algo o a po: 
nerme malhumorado. ¡Que les peguen un tiro!” 
Y don Amador abría la caja de caudales, que tenía muy 
disimulada en el muro, y se ponía a contar su dinero. Muchas 
noches le daban las cuatro de la madrugada dedicado a esta 
tarea. Tenía dos fajos de billetes de mil pesetas y los acari- 
ciaba como el amante a la mujer amada. El señor Arroyo fué 
un día a oír misa y no volvió más porque un monaguillo le 
acercó el cepillo de las ánimas. 
Todo lo dicho es más que suficiente para que nuestros 
lectores se den cuenta de quién era tal hombre, a cuya puerte 
llamó una mañana Mamuel Aracil, 
“¿Quién será?”, dijo para sí, dirigiéndose a la puerta con 
cara de muy pocos amigos. 
—¡Hombre!... ¿Tú por aquí?-—dijo con sorpresa al ver al 
hijo menor de su hermana, al que no había visto hacía varios 
años. 
—¡ Mi querido tío! ¡Tódo llega en la vida del hombre, y yo... 
he llegado, tras una larga ausencia. 
-—Adelante, querido Manolito. ¡ Hombre!, ¿quién iba a pen- 
sar que fueras tú? 
Entraron en la reducida salita y don Amador le mandó 
sentar en una silla de enea, ya que los sillones eran en aquells 
casa mucho lujo. 
—¿Y qué te dices, Manuel? ¿Tú hermano y tú os habéia 
casado ovestáis solteros? 
-——Aún estamos solteros, tío Amador. Me figuro que sabrá 
usted la historia de mis amores con Marilina. 
— Algo me contaron de aquello. No ta portaste muy 'bien 
con ella, no. 
Marilina era muy amante del dinero y no me esperó, como 
debió hacerlo
	        
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