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400 LAURO LAURI
Tomó un fajo y lo miró con gran detenimiento. ¡Qué nue-
vecitos eran! Lo dejó y cogió otro, que estaban más usados.
“Aquí hay una rata”, dijo sacando un billete de cien todo
manchado y con un desgarro por una de las puntas.
Entonces se dió cuenta que tenía detrás a Manolito.
—¿Qué quieres niño?—le interrogó—. ¿Quieres algo?
—No, no quiero nada, »
—Todo este dinero es tuyo.
—¿Mío?
—Sí, hijo mío, Todo este dinero será para ti.
—¿No me lo das ahora para que me lo lleve a mi casa y se
lo dé a mi mamá?
—No. le lo daré el día que seas un hombre. Ahora, no,
Y no queriendo que el niño viera dónde lo guardaba, le
mandó salir de la salita, cosa que hizo a medias, pues se quedó
en la puerta observando, Don Amador, absorto en su tarea, no
se fijó en que Manolito le miraba.
“Le he dicho que se marchara porque los chiquillos come-
ten muchas diabluras”, se dijo don Amador.
Miró a la puerta y se tranquilizó al ver que no estaba en
¿lla Manolito, el cual se había retirado cuando vió que apro-
cimaba el aparador al muro.
“Miío—monologaba—. Todo el dinero que tiene ahí el tío
s para mí”, pensaba el niño.
Nuevamente se puso a mirar las estampas, y de uno de
los libros cortó una hoja.
“Un muñeco... Aquí hay un muñeco, y esto sí que me lo
llevo porque el tío no me lo ha dado para mí.”
Y murmurando esto se lo guardó en un bolsillo para que
no se lo quitara el tío Amador,
“Me lo quiere dar cuando sea hombre, y yo lo quiero