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404 LAURO LAURI 
-—No' hablemos más del asunto. Me quedo con Manolito 
hasta que él quiera marcharse, 
Hubo un silencio embarazoso. Manuel y Mercedes se-lo 
. hubieran llevado, pero no querían que se disgustase el tío 
Amador, en cuyos ojos se leían los deseos que tenía de que- 
darse con el niño. : 
—Bien...; que se quede, puesto que a usted le sirve de dis- 
tracción. 
—Nada de distracción. Es que tu hijo se me ha metido en 
el alma y le quiero como si fuera mío. ¿Tú crees que mi co- 
razón está seco y no puede querer? 
—No, señor. Bien se ve que quiere usted al niño. 
—Y será mi heredero... mi único heredero, 
Manuel sonrió. 
-— Bien, bien; quédese con él, aunque sea para una sernmana, 
- Mañana le traeré la ropa a eso de las doce, que tendré que 
pasar por aquí. 
Tablaron un gran rato, y el tío Amador sacó una botella 
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¡e vino moscatel, del que les sirvió una copita de microscó- 
pico tamaño. 
—Esto se sube a la cabeza y hace dar tropiezos, No con- 
viene abusar. Ahora, que si queréis otra..., ahí tenéis la bo- 
bella... 
—Muchas gracias, tío; pero con una es más que suficiente, 
—Manolito se comerá unas galletas, que mojará en un vaso 
de leche que le aparté esta mañana. 
Y entrando en la despensa sacó la leche y las galletas, que 
dejó al niño encima de la alfombra. 
— ¿ (Quieres, mamá? ¡Está muy rica! 
—No, no; para ti, vida mía. 
Y le sostuvo el vaso para que no lo tirase. 
Mientras tanto, Manuel hablaba con su tío. Este, por no
	        
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