LAURO LAURI
verimo cuapdo sus ocho hijos tienen hambre. Hace dos no-
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C11es estuvo aqui y le mande ven lloy a por las sobras de la
Comnida y a por la. ropa que ya no silve a Milagritos, No viene
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Guratite el dla para evitar que le vean.
En aquel momento sonó el timbre de la puerta. Mara-
villas se estremeció.
—¿Cué te sucede que te has puesto tan pálida?—le dijo don
Alvaro.
—tJue me parece que el que ha llamado tan fuerte ha sido
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vatael es un dragón que te va a traciar?
«“=INO...; pero como tú no quieres que vensa por aquí..
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—A¿jue pase y hablaremos.
Maravillas miró a la doncella, que esperaba en la puerta,
y le dijo que podía entrar el reción llegado.
—Hós mi pariente Rafael.
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La doncella se retiró, y al momento asomó el hijo de “Uñas
Rafael, según decían por su barrio, jamás había en-
gañado a nadie,
Al ver a don Alvaro ge puso más pálido que un muerto y
tembló coma la inocente paloma entra las aceradas garras del
milano.
-—Buenas noches, señor. ¿Qué tal está usía ?- -le saludó.
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—Bastante bién. Un poquito de hambre..., pero esó no es
Muy bien
nada. Aquí, mi parienta, sabe que no hay quien compre un
burro ni aunque lo dé uno envuelto en un mantón de Manila.
—¡'Podo sea por Dios! ¿Y qué? ¿Te arreelarías con un bi-
llete de cien pesetas durante ocho días?
—$í, señor. Lo malo serán los ocho que les siguen...
-—Algo te daré. 'Tú no te apures.
—Mire, señor..., el que tiene el almuerzo seguro no sabe lo