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432 LAURO LAURI 
—¡ (Qué quieres que te diga! Mi misión es callar, puesto que 
soy parte interesada. 
-—Asi es, amigo mío 
El juez le había mandado hacer uh registro en la casa 
para ver si hallaba algo que le sirviese de pistas pero Adrián 
no lo hizo así, ya que no creía tan inocente a don Juan Ma» 
nuel para que guardase en su cuarto la prueba del delito, 
Muy poco más hablaron, y en un ambiente frío, Temas 
insustanciales, sonrisas, que más que sonrisas eran muecas. 
Adrián se despidió, mientras que don Juan Manuel le miraba 
con los ojos muy abiertos. 
Al verle salir mandó al mulato que le llevase a su despa- 
cho. 
Manuel se le acertó y le acarició en el cuello. Su mano 
temblaba, 
-—No creo, papá, que lo que ha dicho el niño sirva para ene- 
mistarnos... Manolito tiene sólo tres años y no se le puede 
tomar.en cuenta lo que diga. 
-——El juez sí lo ha tomado. 
-—Adrián le hará ver que son injustas sus sospechas. 
—(Jue haga lo que quiera. No temo a la Justicia, aunque sí 
a la injusticia, 
Y diciendo nuevamente a Jeromo que le llevase a su des. 
pacho se despidió con la mano de su hijo. 
Alí quedó “sumido en silencio durante una hora. ¿Qué era 
lo que pasaba dentro de su espíritu, que sus ojos brillaban 
como nunca? 
Jeromo, junto a la mesa, le miraba sin osar interrumpirle 
en sus meditaciones. 
Y de pronto, al sentir una ligera tosecilla, miró a la puerta 
que daba acceso al despacho.
	        
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