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Abrióles el guarda Benito, y éste les dijo que don Alvaro
k acababa de salir, Marilina sí estaba.
Hallábase ésta sentada, en una marquesita, y ¡no vió en-
5 trar a su hijo por hallarse abismada leyendo una novela. El
niño llegó por detrás. y se abrazó. a. ella, dándole un, beso en
una mejilla,
—¡Mamá!
Marilina lanzó un grito de sorpresa, mientras su rostro se
ponía más rojo que un ramo de amapolas,
— ¡Hijo mío! —se le escapó de sus labios—.. ¿Tú por aquí
Abrazóss a su hijo con amor maternal y miró. a la puerta,
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viendo en ella a Mercedes, en cuyo rostro se veía una nube de
tristeza.
—¡Merceditas!-—dijo, levantándose de la marquegita y
isa Sus A a la mejor de sus amilg
—¡Marilina! ¡Hermana mía!
Muy juntas 'se sentaron en un tresillo, poniendo al niño
. entra las dos,
—¿Qué leo: en tus ojos, Mercedes?
—¿Y yo en los tuyos, Marilina?
—Una pena muy grande que me mata—sollozó la muñeca de y
rubios cabellos y ojos más azules que un lago de Ttalia—, La
pena de verme abandonada por mi esposo,
—¿Abandonáda por tu esposo? ¿Te ha abandonado don Al-
varo?
-—Moralmente, sí. El cree que ig moro que tiene una amante,
Y Marilina rompió a llorar con el mayor desconsueló y
amargura. Mercedes la acariciaba, y el niño, sentado en el 4
suelo, hojeaba unas revistas 540 ade que” había cogido de :
encima de la mesa.
—¿Quién es su amante?—le interrogó Mercedes—, ¿Quién
es la mujer que te ha robado el amor de tu marido?