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LA: LEY DEL AMOR 463 
lato habló por teléfono al Juzgado pidiendo un auto, que na 
tardó en llegar, 
El disfrazado agente salió. de la casa seguido de los guar- 
dias. Al 90d la escalera vió, llena de"sobresalto y de terror, a 
Mercedes. 
“N] sl me conoce”, meditó, mientras subía al coche con 
la pareja de la Benemérita, la tual no había preguntado a 
Jeromo por sus señores. Manuel se alegró de: jue asi. hubiera 
sido, 
Acomodáronse en los asientos, y el auto arrancó, diri- 
gliéndose por una de las solitarias calles que rodeal an va la 
(Quinta de la Fe al centro de Madrid. 
Muy pronto llegaron a la calle del Marqués de la Ense- 
nada, Manuel, tras de una sein espera, fué llevado al des-. 
pacho del juez, ante el que hizo un respetuoso ademán, 
¿Quién es usted y qué estaba haciendo esta noche en la 
casa de don Juan Maniel AN ¿—le interrogó. el magistrado. 
-—¿(QJue qué hacía allí esta noche?... 
"-—Ante todo su pa '—interrumpióle el juez en tono 1m- 
perativo, 
-Me llamo Hipólito; y como no sé quiénes fueron mis: pa- 
dres no puedo decir a usía mis apallidos, Me recogieron. de 
niño unos tíos que ya se me han muerto. Es lo único que sé. 
—¿Qué oficio es el suyo? ¿Qué medios de vida tiene: usted 
y qué móvil le ha inducido a entrar esta noche en la Quinta 
de la Fe? 
-—El móvil del robo, señor juez. El hambre es mala. 
«—¿Y dice usted tan sereno que el móvil del robo es el que 
le ha aco nsej jado? 
or re Uusía que mienta? ¡Yo no sé mentir! 
—Me alegro que así sea, y ya en ese terreno me va usted a 
'
	        
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